Escrito por Francisco Capacete González

naturaleza sagradaSi tuviéramos que señalar un denominador común para todos los atentados que sufre el medio ambiente y que han acelerado el cambio climático, podríamos referirnos a la falta de respeto por la naturaleza. La falta de respeto hacia el entorno natural, las especies que en él habitan y el mismo planeta es una consecuencia de la desacralización de la naturaleza y de la idea que nos hemos hecho del progreso como aprehensión del entorno sin medida.

La desacralización que sufrimos es una suerte de pérdida del sentido de lo privado ante la aparición de lo público como posesión objetiva. La percepción de lo sagrado es algo íntimo, privado y valioso. «Para H. Arendt, lo privado tiene dos fundamentales sentidos. Uno es el de aquello que, con cierto carácter de sacralidad, tiene que ser protegido, resguardado, oculto a las miradas ajenas y a la luz cegadora de lo público, porque se trata de ese ámbito de lo más propio de la existencia de cada cual, de ese ámbito de misterio de las fuentes de la vida, impenetrable e incomprensible en última instancia a la mirada objetivadora del conocimiento»(1).

El miedo a lo desconocido, incluso en nosotros mismos, y la necesidad de desligarse de la religión para desarrollar el conocimiento científico llevó a la sociedad occidental a crear un nuevo concepto de la naturaleza y de la vida. «Desde el tiempo de nuestros más remotos antepasados hasta el siglo XVII se dio por sentado que el mundo de la naturaleza estaba vivo. Pero en los tres últimos siglos, una cantidad creciente de personas educadas empezaron a pensar en la naturaleza como algo inerte. Esta ha sido la doctrina central de la ciencia ortodoxa: la teoría mecanicista de la naturaleza (2).

Conviene aclarar, ya desde este momento, que el concepto de «sagrado» tiene que ver con esa esfera privada, íntima de la conciencia individual y no con el seguimiento o sometimiento a unos postulados religiosos. Un ateo materialista que no cree en Dios ni en la religión posee un sentido de lo sagrado, que lo aplicará a su patria, sus tradiciones culturales, su idioma, su familia, sus hijos, etc. Todos los seres humanos, seamos religiosos o no, concebimos algo sagrado y algo que no lo es.

La pérdida del sentimiento o conciencia de lo sagrada que es la vida en todas sus expresiones ha llegado también al mundo rural, con el aumento aritmético de explotaciones agrícolas y ganaderas de carácter industrial.

Omar Felipe Giraldo describe lo que significaba la tierra para el agricultor tradicional andino: «La chacra, la parcela o la milpa para el agricultor no es espacio equiparable al resto de los lugares. Es tierra arada que se ha vuelto cualitativamente diferente a la tierra colindante: un asentamiento consagrado por medio del trabajo. No es espacio homogéneo, desacralizado o profano (Eliade, 1981) como el de la producción fabril de alimentos. Es el lugar delimitado por el afecto construido durante las faenas de labranza, tierra trascendente. La parcela es, pues, tierra sagrada a la que se le rinde culto»(3).

La Tierra, sagrada

El profesor Leonardo Boff alega cinco razones para considerar sagrada a la Tierra y, según este autor, dotarla de derechos: La primera es la más alta ancestralidad de la tradición transcultural que siempre consideró la Tierra como Madre. En su visión cósmica, los pueblos originarios sentían que la Tierra era y es parte del universo, a quien rendían culto con un respeto reverencial ante su majestad.

La segunda razón es la constatación científica realizada por parte de sectores importantes de las ciencias de la Tierra (nueva biología, astrofísica, física cuántica). Según ellos, la Tierra es un superorganismo vivo, que articula lo físico, lo químico, lo biológico y lo ecológico, de forma tan interdependiente y sutil que se hace siempre propicia a producir y reproducir la vida. Inicialmente era una hipótesis, que a partir de 2001 pasó a una teoría científica, el grado más alto del reconocimiento en el campo de las ciencias. La atmósfera actual no resulta solamente de mecanismos físicos, químicos y de fuerzas directivas del universo, sino principalmente de la interacción de la vida misma con todo el entorno ecológico. De esta interacción resulta que la atmósfera como la tenemos hoy es un producto biológico. La sinergia de los organismos vivos con los elementos de la Tierra va creando y manteniendo el hábitat adecuado que denominamos biosfera. Si así es, podemos entonces decir: no solamente hay vida sobre la Tierra. La Tierra misma es vida. La vida debe ser amada, cuidada y fortalecida. No puede ser amenazada y eliminada. No puede ser transformada en mercancía y puesta en el mercado.

Naturaleza sagradaLa tercera razón es la unidad Tierra y Humanidad como legado de los astronautas desde sus viajes espaciales. Desde la Luna, o de sus naves, han podido contemplar, llenos de admiración y de sacralidad, la Tierra. Han testimoniado esta experiencia ( overview effect ): entre Tierra y Humanidad no hay diferenciación. Tierra y Humanidad componen un todo orgánico compuesto de ecosistemas, con sus diferentes formas de vida, especialmente la humana. Esta entidad, única, compuesta de Tierra y Humanidad nos permite decir que la Tierra está viva y es Madre.

La cuarta razón es cosmológica: la Tierra y la vida constituyen momentos del vasto proceso de la evolución del universo. La Tierra es un momento de la evolución del universo. La vida es un momento de la evolución de la Tierra. Y la vida humana es un momento de la evolución de la vida. Pero para que la vida pueda existir y reproducirse necesita de todas las precondiciones energéticas, físicas y químicas, sin las cuales no puede irrumpir ni subsistir. Por eso hay que incluir todo el proceso de la evolución anterior para entender adecuadamente la Tierra y la vida.

Hay una quinta razón que sustenta nuestra tesis, que se deriva de la naturaleza relacional e informacional de todo el universo y de cada ser. La materia no tiene solamente masa y energía. Tiene una tercera dimensión que es su capacidad de conexión y de información. Esto quiere decir, en la jerga cuántica, que «todo tiene que ver con todo, en todos los puntos y en todas las circunstancias». El universo, más que la suma de todos los seres existentes y por existir, es el conjunto de todas las relaciones y redes de relaciones con sus informaciones que todos mantienen con todos. Todo es relación y nada puede existir fuera de la relación. Esto funda el principio de cooperación como la ley más fundamental del universo, que relativiza el principio de la selección natural(4).

Naturaleza  y progreso

«¿De dónde proviene esta ruptura entre el hombre y su entorno? Tomamos conciencia de ello de manera brutal, pero si se ha introducido de manera insidiosa en nuestra vida, es en gran parte por la idea que nos hemos formado de la noción de progreso (…). Para las sociedades tradicionales, dejarse arrastrar por la aceleración de los tiempos era desconectarse del ritmo cósmico, del mundo de los orígenes. Tenían un concepto de la “geografía sagrada”, una concepción del mundo marcada por la noción de unidad y cohesión: todo está relacionado con todo, todo tiene un sentido y una orientación, no solo en el espacio, sino también en el ámbito práctico, psíquico y espiritual»(5).

¿Qué hemos entendido por progreso? Producir cada vez más ante la creencia de que la naturaleza es algo inerte que no es de nadie (aunque sea de todos), de la que puede sacarse toda la materia prima que se desee. La ambición es hija, en este sentido, de la pérdida de conexión con lo sagrado de la naturaleza. Esta concepción nos ha hecho perder, como dice el autor, la noción de ritmo natural. Y esto es precisamente lo que hemos provocado en el clima, una aceleración artificial. El clima siempre ha variado, pero a un ritmo natural, coordinado con las especies. Ahora nos encontramos con un cambio brusco del clima, y a este fenómeno le estamos llamando «cambio climático».

Bayer señala, en el prólogo del libro de Zaffaroni La Pachamama y el humano, que «el humano no ha respondido adecuadamente aún sobre cómo ha venido tratando a la Pachamama. En lugar de lograr el equilibrio para llegar a una paz eterna, ha hecho todo lo contrario. Las guerras, la fabricación de armas, la expoliación y explotación de la naturaleza hasta el hartazgo»(6).

Hay fiestas estacionales, como la Noche de San Juan, que permiten conectar con el alma de la naturaleza. Para ello, hay que despojarse de todo aquello que sea rutina, artificio, competencia, urbanismo, y quemarlo en la hoguera que bien podría denominarse «de las vanidades». Se trata de sentir el tacto de la arena, el calor del fuego y lo insondable del mar. Imbuirse de lo sagrado dejándose llevar por el espacio cósmico que, desde tiempos inmemoriales, nos ha cobijado como a seres sagrados. Para la naturaleza, todos los seres, incluidos los seres humanos, son sagrados.

Se hace necesario recuperar el sentido de lo sagrado relacionado con la naturaleza si queremos solucionar los problemas del medio ambiente desde la raíz.

Notas

1 Crítica fenomenológica de la ausencia de la corporalidad en el concepto habermasiano de la esfera pública.Tesis doctoral de José M.ª Terrón Muñoz en la Universidad de Granada (2003).

2 El renacimiento de la naturaleza . Sheldrake, Rupert. Edit. Upasika.

3 Hacia una ontología de la agricultura en perspectiva del pensamiento ambiental. Giraldo, Omar Felipe. POLIS, Revista latinoamericana, núm. 34, 2013.

4 El horizonte de los derechos de la naturaleza . Boff, Leonardo. Revista América Latina en Movimiento n.º.479.

5 Geografía sagrada del antiguo Egipto . Schwarz, Fernand. Edit. Errepar (1996).

6 La Pachamama y el humano. Zaffaroni, Raúl. Editorial Colihue (2012)

Para saber más: https://www.revistaesfinge.com

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