Escrito por Juan Manuel de Faramiñán Fernández-Fígares
Aunque la filosofía estoica está dividida en varias etapas, existen una serie de elementos comunes que aportan unidad al conjunto de esta filosofía dentro de los casi seis siglos de desarrollo que experimenta.
Se debe tener en cuenta que el estoicismo es, en cierto modo, el heredero de la decadencia griega, de una época de profundos cambios sociales y políticos que coinciden con la irrupción del Imperio macedonio y, sobre todo, con la muerte de Alejandro Magno, acaecida en torno al año 323 a. C. No se trata, sin embargo, de un periodo negativo en sentido lato, sino de un gozne histórico en el que se produce el paso de una forma de entender al mundo y el ser humano, apoyada en la estructura organizativa de la ciudad-Estado y el ágora, a otra en la que las fronteras identitarias se pierden y difuminan en el complejo crisol cultural del acervo helenístico.
Ante este panorama, el espacio público, antiguo origen y acicate de la filosofía, se torna insuficiente para resolver los nuevos interrogantes que la inestabilidad y diversidad política generan en la ciudadanía. De ahí que, de la mano de las nuevas necesidades sociales, surjan otras vías de reflexión y desarrollo humano, modelos de pensamiento actualizados y acordes a las nuevas perspectivas históricas. Tal es el caso de la escuela que nos ocupa, el estoicismo, una filosofía para tiempos de crisis que, ante la pérdida de valores e identidad propia de los momentos de cambio, invita al ser humano a mirar hacia dentro y a reencontrarse con su naturaleza universal a través de sí mismo.
El panorama filosófico que acompaña al estoicismo en su alumbramiento es, por otro lado, tremendamente heterogéneo, pues, aunque en el siglo III a. C. el fértil legado socrático también se hallaba en un claro estado de debilitamiento, el amplio abanico de escuelas que surgen gracias a él (la Academia, el Liceo, la escuela megárica, la cirenaica, los cínicos…) sirven de sustrato a la filosofía estoica o «zenoniana» (primer nombre con el que se la conocerá en honor a Zenón de Citio, su primer fundador). También persisten en la época algunos vestigios de las más viejas filosofías «presocráticas», como las escuelas de Pitágoras, de Heráclito o de Parménides, y la influencia de las «nuevas» tradiciones orientales, que comienzan a abrirse camino en Occidente gracias al comercio y las migraciones. Por todo ello, la escuela estoica no solo se alimenta de la filosofía del momento, sino que bebe de tres de las grandes tradiciones de la época: la tradición semita-cananea y su concepción moral, la socrática-platónica y aristotélica con su característica lógica y dialéctica, que hacen del logos humano un reflejo del logos universal, y la física de Heráclito, de la que toma Zenón toda la cosmovisión panteísta de su filosofía y su percepción ígnea de los ciclos históricos.
Fundamentos de la filosofía estoica
Zenón y el estoicismo
En cualquier caso, de todas estas influencias cabe destacar la aportación que, dentro de la tradición socrática, hace la escuela cínica al estoicismo, pues es ella quien imprime ese carácter virtuoso a la filosofía de Zenón que lo lleva a buscar siempre un modelo de conducta que sea riguroso y que le permita alcanzar la autarquía o absoluta independencia de todo lo exterior. Al igual que los cínicos, los estoicos son naturalistas, es decir, buscan la frugalidad y el desapego viviendo de acuerdo con la naturaleza y despertando un profundo amor a la vida. Esta perspectiva, unida a una fuerte convicción de que todo cuanto acontece es causa, a su vez, de una causa ulterior y necesaria, lleva a los estoicos a desarrollar una absoluta confianza en «lo proveído», es decir, a pensar que solo corresponde al ser humano decidir cómo se quiere actuar ante las cosas que le han sido «dadas». Alrededor de esta concepción del mundo heredada de Heráclito y del amor fati o amor al destino propio de los cínicos, Zenón desarrolla tres de los grandes temas del estoicismo:
* Dios y el cosmos son una misma cosa (panteísmo). El espacio y el tiempo son las dimensiones mismas de la divinidad en el interior de las cuales los seres desarrollan su existencia.
* La presencia de Dios se traduce en armonía y simpatía universal. La presencia temporal de Dios se expresa mediante el Destino y la Providencia, al igual que su presencia espacial se traduce en una interrelación simpática entre todos los seres.
Ante esta interpretación del destino, el estoicismo reivindica un modelo vital y moral que busca el acuerdo con la naturaleza en dos etapas: en primer lugar, tendiendo a la indiferencia respecto a lo que nos da la causa exterior, que hay que aceptar sin desear que sea diferente; en segundo lugar, subordinando las acciones y las tendencias a la actividad de la naturaleza con nuestra voluntad, es decir, queriendo que las cosas sean como son. Para ello, su filosofía se divide en tres campos armónicos e interrelacionados:
1. La física (o lo que concierne a la relación del ser humano con la naturaleza): el campo de los deseos y las aversiones, aprender a desear lo que depende de nosotros y ser indiferentes a lo que no depende de nosotros. Rechazar todo intento por pretender que las cosas sean como a nosotros nos gustaría que fuesen. Comprender que todas las partes que conforman la naturaleza están interconectadas.
2. La ética (la relación del ser humano con los demás): el campo de los impulsos o de la acción. Solo actuar en función de lo que depende de nosotros o es bueno para el conjunto. Sentirse ciudadanos universales.
3. La lógica (la relación del ser humano consigo mismo): el campo del asentimiento como la facultad de criticar y juzgar cada representación para poder dar nuestro asentimiento conforme a un juicio verdadero u objetivo. Buscar la armonización interior con la armonía inherente a la naturaleza.
Desde este prisma, la lógica nos enseña a descubrir los nexos causales; la física, a tomar conciencia de la armonía y simpatía del mundo; y la ética, que la ataraxia o imperturbabilidad del ánimo nacen de un consentimiento del alma al curso de todas las cosas. Las tres tienen un único fin, hacernos conocedores de la naturaleza divina como un todo simpático a sí mismo, organizado y libre con el cual tenemos que vivir en un acuerdo constante.
El deber social en la filosofía estoica
El deber social está, por lo tanto, íntimamente vinculado con la naturaleza social del ser humano, porque cada individuo está unido a los demás por medio de la inteligencia universal de la que todos participan, es decir, está conectado por arriba, primero por la ciudad de la humanidad y después por la ciudad física a la que pertenece. Por ello, para los estoicos existe un tipo de solidaridad cósmica que une fraternalmente a todos los seres que participan del logos universal, y por eso existen unos deberes éticos y sociales de los unos respecto de los otros y de todos respecto de la naturaleza de la que forman parte (el hombre es apenas una parte más del todo). En consecuencia, mediante el estudio de la física, el ser humano toma conciencia de su papel en el mundo.
Sin embargo, este conocimiento epistemológico de la naturaleza conlleva, para el estoico, un proceso previo de ascesis y entrenamiento, pues solo el sabio sabe realizar este proceso de forma adecuada y llegar así a una correcta comprensión del mundo. De esta suerte, distinguen tres grados posibles de conocimiento: el estado de ignorancia, el conocimiento básico de la muchedumbre (la opinión y la creencia) y la ciencia propia de los sabios, los únicos capaces de hacer coincidir su propia razón con la razón universal. A mitad de camino entre la no sabiduría inconsciente del insensato y la sabiduría del sabio, se encuentra la no sabiduría consciente del filósofo.
De hecho, el proceso epistemológico del estoicismo se apoya sobre este reconocimiento socrático de la propia ignorancia, a través de un itinerario cognitivo que es, al mismo tiempo, empirista e idealista y que parte de la premisa de que el primer contacto con la realidad del sujeto viene siempre de la mano de sus sentidos (cuya información es siempre verdadera por cuanto transmiten y reproducen siempre algo real). En efecto, para los estoicos, la primera información que el ser humano recibe del mundo es por medio de una representación (visum o fantasía), una impresión sensitiva que generalmente produce una reacción emotiva en el alma y ante la que el sujeto puede reaccionar aceptando sus efectos o rechazándolos. De ahí que el estoico considere que las cosas tienen una naturaleza propia distinta a la que cada uno percibe, pues una vez que el sujeto recibe la impresión representativa, esta puede ser aprehendida de manera desapasionada (que es lo que hace el sabio) o puede dejarse arrobar por la impresión que de manera falseada se ha hecho de la misma.
En cualquier caso, para el estoico, la impresión anímica que producen las representaciones es igual tanto en el sabio como en el ignorante, por lo que la diferencia estriba únicamente en el juicio que cada uno realiza en el momento del contacto. Por esta razón, una vez que el alma recibe imágenes que proceden de las sensaciones del cuerpo, se debe desarrollar un discurso interior comprensivo. En este discurso o juicio, el ser humano debe comprender que no son las cosas las que lo conmueven, sino la idea preconcebida que tiene de ellas, es decir, la representación que se ha hecho de las mismas, y que de no realizar el juicio correctamente se verá arrastrado por las circunstancias sin poder determinar qué son ni de dónde provienen.
De este juicio surge, además, un impulso de deseo o de rechazo, por lo que, dado que el ser humano se siente naturalmente inclinado hacia el bien y repelido por el mal, debe tratar de alcanzar una conclusión comprensiva que le permita determinar si lo que se le ha representado es verdaderamente bueno o malo. De ahí que, para los estoicos, la representación sea como una impresión que el objeto o el acontecimiento produce en el alma y que es modificada en función de la calidad y consistencia de esta última. Así, en la medida en que el alma es fuerte e independiente, la modificación que produce el afecto o la aversión es menor, por lo que la representación es cada vez más acorde con la realidad.
Dolor y deseo
En este sentido, el estoicismo diferencia cuatro géneros de afecciones anímicas o pasiones en función de su ámbito temporal de proyección. En el presente, el dolor como contracción irracional del ánimo ante lo que se juzga como malo, y la concupiscencia como consecuencia de un apetito irracional descontrolado hacia lo que consideramos bueno. En el futuro, el temor a lo que es considerado como malo que aún no ha sucedido y el deseo respecto de lo que parece apetecible.
Ante ello, el estoico debe tener siempre presente tres cosas: qué es el bien para él, que su libertad depende de las opiniones y que tan solo existe el instante presente. Dentro de este marco existencial, determina una diferencia fundamental entre aquellas cosas que dependen de nosotros y aquellas que no dependen de nosotros y comprende que tan solo las primeras pertenecen al ámbito de la voluntad humana, siendo las demás indiferentes. De este modo, considera que no son los acontecimientos lo que causan perjuicios y dolor a los seres humanos, sino la forma en la que actuamos frente a ellos, por lo que admirar lo exterior tan solo puede arrastrarnos al miedo y al desconcierto propio del deseo desmedido. Estas vibraciones del alma tienen la capacidad de convertirnos en esclavos de las circunstancias y de aquellos que tienen poder sobre lo que tememos o deseamos. Por ello, el ideal de sabiduría del estoico es la ataraxia o imperturbabilidad del ánimo, un estado de equilibrio y serenidad interior al que solo se puede llegar prestando más atención a lo que nos sucede internamente que a lo que acontece en el exterior.
Cabe aclarar que, aunque para los estoicos todo está contenido en cuerpos o corpúsculos de manera que todo está en todo, admiten la existencia de cuatro entidades incorpóreas, inteligibles, inactivas e impasibles: el expresable (el ser de las cosas), el vacío, el lugar y el tiempo. No obstante, cada una de ellas se expresa, a su vez, en un mismo cuerpo: el expresable, como el verdadero ser de las cosas que hay que alcanzar; el vacío, como la contraposición a lo finito más allá de los límites del mundo en lo infinito; el lugar, como el espacio ocupado por los cuerpos; y el tiempo, como la manifestación tácita del destino y la Providencia a través del movimiento.
El acceso a estos incorporales se lleva a cabo mediante un buen uso de las representaciones, para cuyo juicio y valoración el ser humano debe siempre tener en cuenta que tan solo hay tres actos que dependen del alma y que, por lo tanto, son libres y no están sujetos a impedimentos, a saber, el deseo de adquirir lo que es bueno y la aversión sobre lo que se considera malo, el impulso para actuar y el poder realizar un juicio apropiado sobre el verdadero valor de las cosas. El resto de las cosas, como realmente no depende de uno, son también ajenas, inconsistentes, serviles y sujetas a impedimento. Así, por ejemplo, el cuerpo, las riquezas, las honras y los reconocimientos o el poder exterior son elementos todos ellos sobre los que no es posible ejercer un control absoluto.
Ejercicios de virtud
Algunos ejercicios estoicos para alcanzar estos ideales de virtud y comportamiento son:
1. No opinar, describir las cosas y los acontecimientos desapasionadamente, tal como son realmente y no como nos las representamos (las cosas no nos afectan por lo que son, sino por la opinión que nos hacemos de ellas).
2. Ser un atleta del acontecimiento, vivir la vida como una prueba.
3. Disponer de un equipamiento sencillo de reglas a aplicar en caso de dificultad o duda.
4. Escuchar y no intentar demostrar nada. Hablar solo de lo que se conoce.
5. Leer y reflexionar por escrito. Examen al final del día de lo ocurrido y de cómo se ha reaccionado. Recordar todos los días cuál es el bien para nosotros.
6. Gimnasia y abstinencia. Aprender a guardar silencio.
7. Diferenciar lo que depende de nosotros y lo que no, mostrar indiferencia ante esto último.
8. Esperar antes de reaccionar, examinar las representaciones.
9. Praemeditatio malorum. Anteponerse a lo que nos preocupa y decidir cómo queremos actuar.
10. Observar y ponerse en el lugar de los demás, tratar de comprenderlos desapasionadamente.
11. Ver el mal como un error de juicio.
12. Acompañarse de seres buenos y nobles.
13. No asentir la crítica ni el insulto, mostrar buen humor.
14. No hablar de nosotros mismos, pensar en plural.
15. No culpar a los demás, buscar nuestra propia responsabilidad.
16. Resignarse ante los acontecimientos, pues más fuerte que la ley es la necesidad.
17. Matar la ambición de lo exterior, buscar solo la libertad interior (ataraxia).
18. No dejarse llevar por el miedo.
19. Desconfiar de los elogios.
20. Comprometernos y ser fieles a nuestra palabra.
Como podemos ver, el estoicismo se presenta como una sana alternativa filosófica para interpretar el mundo que, a través de la libertad y la autarquía interior, hace del ser humano un sujeto independiente, pero al mismo tiempo responsable de la sociedad de la que forma parte indisoluble. Así, con sus postulados y su hermenéutica, esta filosofía nos invita a tener una vivencia más plena de nosotros mismos, de los demás y de la naturaleza, liberándonos con ello de los miedos, las frustraciones y los complejos que se nos adhieren por una mala comprensión de la vida en comunidad y que nos hacen vivir en una especie de conflicto permanente de todos contra todos. De este modo, con su ideal del ciudadano del mundo y su arquetipo del sabio, el estoicismo derriba las viejas murallas del egocentrismo cultural y nos impulsa a elevar nuestra mirada más allá de los desgastados baluartes de las diferencias raciales, religiosas o culturales. Una ascensión hasta la cima de nosotros mismos donde se intuye un origen común para todos los caminos.
Bibliografía consultada y recomendada
Bréhier, É.: La teoría de los incorporales en el estoicismo antiguo. Editorial Leviatán. 2011.
Crisipo de Solos: Testimonios y fragmentos. Editorial Gredos. Madrid, 2006.
Zenón et alii: Los estoicos antiguos. Editorial Gredos. Madrid, 1996.
Elorduy, E.: El estoicismo. Tomos I y II. Editorial Gredos. Madrid, 1972.
Gagin, F.: ¿Una ética en tiempos de crisis?: ensayos sobre estoicismo. Universidad del Valle. Santiago de Cali, 2003.
Hadot, P.: Ejercicios espirituales y filosofía antigua. Editorial Siruela. Madrid, 2006.
Musonio Rufo: Disertaciones y fragmentos menores. Editorial Gredos. Madrid, 1995.
Epicteto: Disertaciones por Arriano. Editorial Gredos. Madrid, 1993.
Pigliucci, M.: Cómo ser un estoico. Editorial Ariel. Barcelona, 2018.
Rist, J.M.: La filosofía estoica. Editorial Ariel. Barcelona, 2017.
Para saber más: https://www.revistaesfinge.com/filosofia/filosofos/item/1896-seneca-el-valor-del-tiempo
No te pierdas: https://centronaos.com/event/estoicismo-para-la-vida